Hasta donde yo sé, existen dos poblados en el mundo que se llaman Compostela: la señorial capital de la ancestral Gallaecia, y la amable homónima Nayarita, que un día fue efímera capital de la Nueva Galicia, en el occidente del México profundo y mítico. Aunque ignorantes una de la otra, ambas veneran como santo patrón al peregrino Iago, cuyo distintivo, la vieira, adorna las portadas de ambas catedrales, soberbia una, modesta pero dignísima la otra.

El Santo Iago, es inspirador de ambas Compostelas, e invita a los caminantes a peregrinar hacia ellas como reto de amor, como prueba reina del yó andariego. Nada tiene que ver el amable Iago peregrino con el renegado matamoros, el Santiago de los sanguinarios conquistadores, que desvirtuaron su misión de pacífico pastor de almas, para convertirlo en vulgar caricatura de paladín mercenario al servicio de causas políticas y aventuras militares.

Nuestra galaxia anfitriona, nombrada “La Vía Láctea”, es también conocida por muchos como “El Camino de Santo Iago”, porque parece seguir la misma dirección que la “Ruta Iacobea”. Con un poco de esfuerzo adicional podríamos ampliar el camino mítico hasta la Compostela Nayarita, casi en la orilla oriental del Océano Pacífico, cerca de donde, incidentalmente, se suele asegurar se encontraba otro mítico punto, este de partida peregrinal, la mítica Aztlán, patria chica de los no poco místicos Aztecas.